Entre tantas malas noticias que agobian al país, es una bocanada de oxígeno que se le haya otorgado a Lima la organización de los Juegos Panamericanos 2027. Lo que resulta curioso es que, como siempre en el Perú, hubiese quienes desearon que le sea otorgada a Asunción porque, como en realidad lo es, el otorgamiento constituye un triunfo político para Dina Boluarte y Rafael López Aliaga.

Aquí hemos sido muy crítico con ellos -y lo seguiremos siendo- pero anteponer esas ojerizas y vanas odiosidades sobre lo que esto significa para el Perú es, para decirlo de forma amable, bastante mezquino. Un logro para el país es inobjetable esté quien esté al frente, pero anteponer el color del cristal político a cualquier avance es un deporte nacional que bien podría ser implementado en los próximos juegos.

El debate del gasto realizado para Lima 2019 -”para un país con tantas carencias”-no se repetirá esta vez porque casi la totalidad de la infraestructura está habilitada con lo cual la inversión en la organización se reduce pero, a diferencia de la vez anterior, los ingresos se mantendrán o crecerán, según algunos economistas, hasta a alrededor del 1% del PBI. Habrá turismo, obras, trabajo, movimiento económico en base a los traslados y al consumo, un sentido de unidad de país, un grupo de deportistas estimulados por la competencia dejando un ejemplo imperecedero, ¿dónde está lo malo de todo eso, señor Carlos Anderson? Extraña el egoísmo de algunos políticos que priorizan la agenda propia y la campaña adelantada porque así lo exige la estrategia política de pegarle al Gobierno. Este es un logro sin ninguna controversia. El Perú gastó para hacer unos Panamericanos y ahora organizará dos, en ocho años, casi al mismo costo. Economía elemental que algunos no quieren entender.