Coincido con los que han señalado que el caso del reloj de Dina Boluarte puede terminar en una vacancia presidencial o en un intento de esta. Hay evidentes malas señales. Una presidenta intemperante y no dispuesta a aclarar con calma, paciencia y, sobre todo, con la verdad en la mano de dónde provino el artículo, cómo y cuándo lo adquirió, y cuánto costó era una información elemental que hubiese desactivado esta escalada mediática y hasta, probablemente, la intervención del Ministerio Público. Pero como la mentira tiene patas cortas, una sola de sus frases, “es de antaño”, ya ha servido para acreditar que la presidenta, por lo menos, mintió y, por lo más, se ha metido en un costal de víboras venenosas de la cual le va a ser difícil salir. Lo de la Fiscalía, para empezar, es una declaratoria de guerra y las filtraciones de la información, en sí mismas, tienen un afán desestabilizador de graves consecuencias. A partir de allí se vislumbran dos escenarios: 1) Se encuentra la identidad de quién adquirió la prenda, cuánto costó y por qué acabó en manos de Boluarte y 2) Salen otros hechos conexos, relacionados con la pesquisa fiscal, y que revelan otras adquisiciones de aditamentos de lujo, sospechosos o definitivamente fraudulentos. En cualquier caso, hasta ahora y de no mediar un vuelco decisivo, Dina estará envuelta en un torbellino de acusaciones y hallazgos que le darán poco margen de acción hasta que, claro está, el caso arribe al Congreso para su desenlace. Una conclusión final es que nada bueno podía salir de una plancha liderada por el facineroso de Pedro Castillo y el prófugo de Vladimir Cerrón. Nada. Y uno pensaría que había que ser de izquierda, tener como emblema la defensa de los pobres, presentarse como un adalid de los menos favorecidos para cometer la reverenda bestialidad de usar un Rolex en público. ¿Hay asesores? ¿Jefes de imagen? ¿Coordinadores de protocolo? Échelos a todos, presidenta, porque, al parecer, tras ellos, sigue usted.

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